La inclusión, una obligación ética y la didáctica, una obligación profesional

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Manuel Fernández Navas es profesor del Departamento de Didáctica y Organización
Escolar
de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Málaga.
Miembro del Colectivo DIME. Sus líneas de investigación son la investigación
cualitativa, la evaluación en educación y la formación de docentes
. Es editor de la
Revista científica Márgenes: Revista de educación de la Universidad de Málaga y
Director de la Cátedra estratégica de eSports de UMA.

Introducción

En los últimos años, el término ‘inclusión educativa’ ha ganado gran relevancia tanto a nivel global como en el ámbito educativo en particular.

Si bien desde hace muchos años, hemos ido como sociedad progresivamente avanzando hacia la propuesta de integrar a las personas diversas en la educación. La propuesta de la inclusión avanza mucho más, cuando plantea lo que para mí representa el cambio de paradigma definitivo en este asunto.

Ya no se trata de coger a un niño o niña para “integrarlo en el sistema existente” sino diseñar sistemas que permitan que todos podamos participar en ellos. Y esto, cambia el mundo de la educación para siempre y para bien. Además, la inclusión deja de poner el acento en “personas diversas” para plantear que la “diversidad somos todos” y, por lo tanto, no es que unos necesiten más que otros adaptarse a un sistema, sino que el sistema, insisto, debe permitir que todos participemos en igualdad de condiciones, porque todos somos diversos y la homogeneidad no existe en el ser humano como especie.

Esto representa un problema enorme para la cultura escolar, donde esta homogeneización está instalada en el ADN cultural de profesorado, alumnado, familias y sociedad.

Dónde existe la ilusión colectiva de que todos pueden estar aprendiendo lo mismo al mismo tiempo (como si esto fuera humanamente posible) y dónde todos los aprendizajes y tiempos para hacerlos están diseccionados bajo la fantasía de la lógica de la ingeniería curricular. Y es aquí donde empiezan los problemas.

La lógica de la cultura escolar tiende a fagocitar todas las novedades que aparecen, incluyéndolas de forma que se adapten a esta cultura en lugar de transformarlas. Ya pasó con las nuevas tecnologías, que, en lugar de transformar el trabajo de clase y la relación con el conocimiento en las aulas fueron absorbidas e integradas en la lógica escolar, se usaron para seguir haciendo lo mismo: la estructura de las actividades se mantuvo, aunque se pasara a formato digital.

Y este, para mí, es el punto actual en el que nos encontramos. Donde existe una enorme tensión entre lo que el concepto de inclusión representa y lo que la cultura escolar hegemónica es: cuestiones que difícilmente pueden casar. Y esto explica que la inclusión se haya convertido en uno de los puntos de fricción entre profesorado y familias, por ejemplo, y que se haya convertido en uno de los temas principales en lo que a política se refiere.

Al igual que ocurre con el feminismo en la política en general, el tema de la inclusión es el pilar fundamental al que atacan los conservadores en lo que a política educativa se refiere: porque choca frontalmente, insisto, con la idea de escuela y de educación que ellos tienen.

El problema (para ellos) es que, afortunadamente, no hay vuelta atrás en este sentido. Ya que la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad firmada en 2006 tiene su ratificación en España en Mayo de 2008 y esta en su artículo 24, punto 1 recoge lo siguiente:

Los Estados Partes reconocen el derecho de las personas con discapacidad a la educación. Con miras a hacer efectivo este derecho sin discriminación y sobre la base de la igualdad de oportunidades, los Estados Partes aseguraran un sistema de educación inclusivo a todos los niveles (p. 20654)

Y en el mismo artículo sección 2b explicita: “Las personas con discapacidad puedan acceder a una educación primaria y secundaria inclusiva, de calidad y gratuita, en igualdad de condiciones con las demás, en la comunidad en que vivan” (p. 20654).

Y justo esta imposibilidad de marcha atrás es lo que genera la enorme reactividad que vemos, por ejemplo en las redes sociales sobre la inclusión: hay montones de señores incapaces de comprender todos los cambios del mundo en el que viven. Este mundo, se ha convertido en un mundo confuso para ellos y de ahí, que exista la reacción enorme que vemos en la vuelta a las tradiciones. En buscar seguridad en lo conocido, frente a lo nuevo, que representa la incertidumbre y en la que no encuentran su sitio. Puro egoísmo del que mucho tendría que hablar Freud: que cambie el mundo y la escuela para que esté a gusto yo, en lugar de amoldarme yo a los cambios del mundo y de la escuela.

Ética, Moral y Didáctica

En este sentido es muy ilustrativo el hilo de twitter que leía el otro día de la compañera Alicia [  https://twitter.com/l_gomez_a/status/1622525828255952898?s=46&t=C9u72EsCKgjoc88Uwmp9_Q ] en el que venía a explica que la moral, como conjunto de patrones de conducta y valores que recibimos durante nuestro proceso de socialización, puede ser contradictoria e incoherente. Sin embargo, la ética intenta racionalizar, argumentar y criticar estas contradicciones.

Cada cultura y momento histórico tiene su propio sistema moral, pero la ética busca encontrar acuerdos universales, como los que encontramos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (dónde se recoge la inclusión).

Y, por lo tanto, los docentes, como agentes de socialización y educación, debemos ser conscientes de este hecho y cuestionar constantemente lo que hacemos en nuestra práctica docente. Y esto, no es más que Didáctica.

Como hemos visto, la inclusión educativa es un derecho humano. Como tal, es inalienable y debe ser garantizado por todos los estados y todos los educadores. Sin embargo, sabemos que existen prácticas y conductas asumidas de manera acrítica, que pueden obstaculizar el ejercicio de este derecho. Como docentes, estamos obligados, no solo a cuestionar estas prácticas, sino también a luchar contra ellas y, por lo tanto, este es un problema didáctico.

Llegados a este punto, existe otro problema sobre el que es necesario detenerse. Si bien, el profesorado tiene la obligación de llevar a cabo una educación inclusiva, es nuestro gobierno el que tiene la obligación superior de garantizarla. Especialmente dotando de recursos, de todo tipo, suficientes para llevarla a cabo.

Dicho esto, y siendo conscientes de que, como viene siendo habitual, la administración funciona bajo lo que yo denomino el “Hágase mi voluntad” (describir en la ley lo que hay que hacer, pero sin concretar cómo, ni dotar de recursos para hacerlo), no queda otra que alejarnos del «locus de control externo» y pensar que la lucha es en dos planos: por un lado exigir a la administración que atienda estas necesidades y, por otro, pensar ¿Cómo puedo hacerlo lo mejor posible con mi alumnado? Justo por el componente ético que decíamos tiene nuestra profesión y, especialmente, el asunto de la inclusión.

Conclusiones

En este sentido, mi propuesta es clara: la didáctica es la única herramienta que tenemos para cambiar, adaptar, diseñar, … las situaciones que planteamos a nuestro alumnado para que sean lo más inclusivas posibles: ¿el trabajo que planteo permite que todos puedan participar? ¿Estoy facilitando información en formatos para que todos y todas puedan acceder? ¿La elaboración de esa información se hace en grupo, individual, …? ¿Cuál permite mejor que todos y todas se beneficien?…

Pero también la didáctica nos permite optimizar al máximo, los escasos recursos con los que contamos: ¿Si organizo el trabajo de esta forma, puedo mientras yo estar libre para observar al alumnado? ¿Puedo contar con otros agentes educativos para el aula?…

El problema es que esto significa dos cosas: La primera es una obviedad, mucho más trabajo. Pero la segunda es, para mí, la más complicada, estar dispuesto o dispuesta a cuestionar mi propia cultura escolar: la idea de lo que es para mí el aula, la educación, el rol del alumnado, … pero sobre todo cuestionar lo que significa ser docente: mi identidad profesional.

Y esto explica las resistencias, las tensiones, y muchos de los discursos que, sobre la inclusión podemos encontrarnos.

Llegados a este punto, no me queda más que recordarte que, como docentes, nuestra labor no se limita a transmitir información (esto rara vez genera conocimiento); también estamos formando ciudadanos capaces de pensar críticamente, de empatizar con los demás y de trabajar por una sociedad más justa e inclusiva. Especialmente en la educación obligatoria.

Y esto nos lleva directamente al concepto de «isomorfismo», la idea de que, en la educación, no solo se transmite información, sino que los métodos de presentación y trabajo de esta información son fundamentales ya que convierte también a esos métodos en el contenido principal de la enseñanza. Esto puede resumirse con la frase «la forma en que enseñamos, educa» y por lo tanto es esencial que nuestro alumnado “viva la inclusión en su educación” ya que como decíamos en el párrafo anterior la labor docente va más allá de la mera transmisión de información y tiene que ver con la formación de ciudadanos y ciudadanas.

Esto es algo que va más allá de la didáctica; se trata de una cuestión de ética y humana, y como tal, no podemos permitirnos ser equidistantes o pasivos; debemos asumir un papel activo en la promoción de la inclusión y la justicia social.

La educación inclusiva no es solo una meta a alcanzar; es un derecho humano, y es nuestro deber garantizar su ejercicio.

Referencias

Disposición General 96/2008, de “lunes 21 de Abril, 2008”, NSTRUMENTO de Ratificación de la Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad, hecho en Nueva York el 13 de diciembre de 2006. Boletín Oficial del Estado, 96, de “lunes 21 de Abril, 2008”. https://www.boe.es/eli/es/ai/2006/12/13/(1)