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Parece que fue ayer cuando todos mis amigos y familiares me decían  que me jubilara a los 60. Sin embargo, ya han pasado 10 años de los cuales he estado los último 5  renovando con éxito cada año con una revisión de salud física y mental. Pero, ya hoy, a los 70 me jubilan forzosamente.

Yo entiendo perfectamente a los docentes que se jubilan a los 60, pero también me gusta que entiendan que yo seguiría trabajando hasta que mi salud me lo permitiese. Me hubiese gustado haber podido acabar el curso en mi centro, el CPEE GARGASINDI donde llevo trabajando 40 años menos quince días. Sin embargo, una vez cumples los 70 años, la Consellería de Educación te jubila. 

Nací en un pueblo rural muy pequeñito (Cortes de Baza en la provincia de Granada) donde todos me decían que estudiara veterinaria porque no había ninguno en el pueblo y había mucha ganadería. 

La de panes y tortas que vendieron mis padres para que su hijo se fuera a estudiar veterinaria en Córdoba para que en mi tercer año de carrera cada vez me sentía más desmotivado. Así qué me fui a León a hacer la mili donde estuve en aquellos tiempos de cabo primero. Allí muchos compañeros no sabían ni leer, ni escribir por lo que tuve mucho trabajo.

Volví de la mili «sin un duro» pero con las cosas muy claras, quería ser maestro de EGB y cumplí mi sueño gracias a la ayuda económica de mis padres y mis hermanos mayores. 

  Acabé la carrera, me casé y, con un brazo delante y otro detrás, mi mujer y yo nos vinimos a Calpe un pueblo pesquero y muy turístico a día de hoy donde establecí mi hogar y continué estudiando pedagogía terapéutica.

Con muchos viajes a Consellería conseguimos un Colegio de Educación Especial y ahí me quedé hasta hoy. En el 2020, por ya tener instalaciones precarias, lo derribaron para construir otro nuevo y nos ubicaron en la localidad de al lado, a 10 minutos de Calpe. Casi me jubilo porque se me acabó el poder ir caminado al colegio. Menos mal que no lo hice porque estos últimos años también han sido muy especiales en el centro. Era el abuelo del centro y me han tratado con mucho cariño.

Con los años, pensé que para el perfil de mi alumnado sería extraordinario montar un taller de cerámica por todas las propiedades beneficiosas que aporta. 

Por tanto, me formé en cerámica todo lo que pude y más (torno, hornos, etc.) y monté un taller de cerámica en mi centro

La arcilla no es sólo una actividad sucia, sino que también:

Mejora la concentración porque obliga a focalizar la mente para realizar una estructura, detalles de decoración, tallados minuciosos, modelados gustosos o torneados técnicos. 

Ayuda a la relajación porque sentir cómo la pieza gira en tus manos usando un torno, es casi hipnótico. Cuando la mente se centra, y los sentidos captan la suavidad del barro, olores, texturas… la mente entra en un estado de relajación. 

Contacta con la Tierra vs Tecnologías. Ante el aumento del uso de la tecnología desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, la cerámica devuelve el contacto con la Tierra.

Ofrece creatividad e imaginación constantemente. Los alumnos sacan el artista que llevan dentro.

El alumnado disfrutaba tanto haciendo cerámica que para que el taller perdurara en el tiempo, me presenté a las oposiciones de profesor de FP de la especialidad de cerámica y vidrio. De esta manera, siempre habría cerámica en el colegio. Sin embargo, me voy yo y, conmigo se acaba el taller puesto que mi plaza desaparece.

La creatividad siempre ha sido mi fuerte y, hemos hecho desde lámparas y maceteros de macramé hasta alfombras de lana, marquetería, etc.

Alumnas y alumnos han realizado los productos más increíbles que se pueden hacer, siempre piezas únicas y con un valor incalculable porque ponían todo su amor al realizarlas. Se sentían artistas y para mi han demostrado ser los mejores.

Han sido muchos años y mucho alumnado han pasado por el centro. Todavía aquellos que viven en el pueblo, algunos con edades comprendidas entre 45 y 50 años, se acuerdan de mí y siguen dando los abrazos con la misma efusión que los daban cuando eran pequeños

Dejo mis 39 años, once meses y quince días en el centro con el sentimiento de ser muy afortunado por todo lo que he podido aprender de mis alumnos y de mis compañeros. Cuando tienes vocación, trabajar en un centro de educación especial te hace crecer como persona en todos los aspectos y le das importancia a las cosas que de verdad la tienen. Aprendes a valorar la vida y a las personas de forma diferente y piensas en vivir como sino hubiera un mañana. Esto se debe a que se viven muchas experiencias cargadas de emociones que jamás se pueden vivir en un centro ordinario.  Algunas muy duras como, por ejemplo, cuando se ha producido un fallecimiento. Muchos no sólo tienen discapacidad sino también grandes problemas de salud.

En cuanto a aspectos positivos, mencionar que ha sido muy especial verlos salir del centro (se pueden quedar hasta los 24 años) y que pudieran desempeñar diferentes trabajos y colaborar en sus familias con un sueldo.

Mis nietas me preguntan qué voy a querer ser en mi próxima vida…. Y, siempre, les respondo que lo tengo muy claro: profesor en educación especial.

He sido muy feliz como docente y me quedo con lo mejor de lo vivido.