Otra mirada, otra escuela por Dolores Pevida

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Dolores Pevida es directora del IES Pando, Oviedo. Profesora de Secundaria de francés que se pasó a la enseñanza del español segunda lengua por convicción. Participa en el Programa de Acogida sociolingüística de la Consejería de Educación de Asturias. Coordina proyectos nacionales y europeos que fomentan la cooperación y las metodologías activas en el proceso de enseñanza/aprendizaje y participa en actividades de formación permanente del profesorado. Ha recibido por parte del Consejo de Europa el 2º premio Sello Europeo de las Lenguas 2013 con el proyecto: Emprender y cooperar en una lengua nueva.

 

 

Nos encontramos en un momento sanitario y social excepcional, en una pandemia mundial por COVID19, que nos ha cambiado el rumbo. La educación se ha visto sensiblemente afectada.

Recientemente hemos visto aprobada una nueva ley de educación, la LOMLOE, que deseamos también que nos ayude en ese cambio de mirada.

Defendemos la idea de formar ciudadanos del mundo en nuestras escuelas y deseamos formar parte activa en el desarrollo personal, social y profesional de nuestro alumnado, ajustándonos a las demandas de un mundo globalizado y cambiante, vinculado al conocimiento, en un entorno de equidad, justicia e inclusión.

El informe Delors (1996) Los cuatro pilares de la educación, presentado por el Informe de la Unesco de la Comisión Internacional sobre la educación para el siglo XXI propone los principios de aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a ser y aprender a convivir.

El aprendizaje competencial, caracterizado por su transversalidad, su dinamismo y su carácter integral, afecta e interpela a contextos formales y no formales de la educación, como proceso de desarrollo personal y colectivo mediante el cual los individuos van adquiriendo mayores niveles de desempeño en el uso de esas competencias clave.

Hablar de inclusión educativa es hablar de curriculum pero además es hablar de ética y de justicia social. Es hablar de un derecho. El discurso inclusivo en educación nos acompaña, afortunadamente. Es cada vez más frecuente que salga de la boca de la clase política, de los gestores de la educación, de los órganos colegiados de los centros educativos, de las maestros y maestros, de los profesores y profesoras. Este discurso por la educación inclusiva existe. Sin embargo, ¿dónde se sitúa la práctica inclusiva?

¿Impulsamos la igualdad de oportunidades en base a la solidaridad, participación, visibilización?

¿Ponemos el foco en el desarrollo de todos los potenciales de nuestro alumnado, sin excepción?

¿Nos imaginamos un mundo en el que todos los niños y las niñas reciban una educación de calidad, equitativa y justa?

¿Con toda la población escolarizada? ¿Somos capaces de aceptar a todos y a todas en la escuela (presencia), de hacerles participar (participación) y de conseguir aprendizajes exitosos para todo nuestro alumnado (logros)?

Pues, estaríamos hablando de inclusión en nuestra escuela. Estaremos pensando en la transformación de la escuela hacia un sistema más equitativo.

Como directora de un instituto de secundaria, mi propuesta de proyecto de dirección está empapada de inclusión. Poner en marcha acciones encaminadas a vivir esa justicia social en la escuela se encuentra con barreras, que día a día es necesario afrontar, reflexionar, y ofrecer alternativas que nos permitan cambiar. Siempre he pensado que este es un camino con piedras, difícil de transitar, pero siempre he estado dispuesta a frecuentarlo.

La cultura de la escuela es fundamental. El proyecto educativo de centro, como documento institucional, debe recoger los aspectos de la cultura escolar. Sin embargo, es más costoso desbaratar creencias, afianzar culturas de colaboración, generar espacios de participación, eliminar barreras, que redactar un proyecto educativo de centro. Es más gratificante trabajar por la cultura de una escuela inclusiva y poder mostrarlo en la dinámica diaria de nuestros centros. En este contexto de la cultura de la escuela, la idea de escuela inclusiva que tenga el profesorado es determinante para hacer el camino (Ainscow, 2017).

Por eso, desarrollar nuestro plan de formación en el centro es una apuesta clave por la inclusión. Desde hace un par de años, nuestro plan de formación en el centro gira en torno a la presencia, participación y logros hacia una escuela inclusiva. El título que define nuestro proyecto: soñando con una escuela inclusiva, arropa actuaciones que nos ayudan a generar esa cultura de centro, esas actuaciones y participación con el objetivo y la meta puesta en caminar hacia ese modelo de escuela. La administración educativa podía ayudarnos más. Lo sentimos muchas veces, cuando nos encontramos con trabas, superfluas, que dificultan poner en marcha determinadas acciones. Otras veces, nos arropa, ofreciéndonos marcos y programas a los que acogernos para llevar a buen puerto nuestros fines y objetivos.

Estamos pasando unos momentos muy difíciles en la escuela. Esta situación sanitaria, de pandemia, que llevamos viviendo desde el 14 de marzo de 2020 ha cambiado nuestra realidad cotidiana, pero no debería cambiar nuestra meta. Ahora menos que nunca. Que nadie se quede atrás, parece un lema de esta pandemia en el entorno educativo. Sin embargo, muchos lo llevamos pensando así, desde hace tiempo.

Conocer a nuestro alumnado, desarrollando un plan de acción tutorial que nos empuje y nos dirija a trabajar con nuestros niños y niñas en la escuela, como protagonistas principales, pasa por desarrollar con ellos y ellas actividades y programas que favorezcan su competencia emocional, que les ofrezcan herramientas para ir consolidando su camino hacia la vida, como ciudadanos del mundo. Esta pandemia nos está demostrando que es un ámbito imprescindible.

Reflexionar, consensuar y desarrollar metodologías más activas en la escuela, nos permite generar equipos, sentirnos arropados, fomentar la colaboración y ofrecer, como profesionales de la educación, alternativas de formación exitosas, acordes a nuestra época. Por ello, un plan de formación propio nos lo facilita.

Considero que es clave centrarse en el ámbito de la convivencia, entendida en el más amplio sentido del término. Aglutina nuestras relaciones, nuestras actuaciones, nuestras propuestas de actividades, en definitiva, nuestra cultura de centro. Que el profesorado desarrolle y trabaje colaborativamente, impulse y experimente metodologías activas genera equipo y establece bases sólidas en el conocimiento, descifra y sitúa los tan llamados aprendizajes esencialesy favorece que, como profesionales de la educación, pongamos al alumnado en el lugar que le corresponde: auténtico protagonista. Esta visión nos permitirá definir nuestras metas y además variar y flexibilizar los niveles de desafío, de apoyo y de éxito que proponemos a nuestro alumnado. En estos momentos que vivimos, en los que se ha interpuesto entre nosotros una pantalla digital, debemos aprovechar al máximo el gran potencial que la tecnología nos ofrece, pero debemos ser muy conscientes de que solo la tecnología no nos permite innovar en la escuela. Es la primera mención que hago a ella. Disponemos también de otras herramientas muy potentes, que han de coexistir con la tecnología. Las propuestas educativas que organizamos cada curso son decisivas para reforzar esa mirada inclusiva de la escuela.

La concepción de la evaluación solo puede permitirnos abrir los ojos ante el camino que nos queda por recorrer y darnos pautas para saber dónde debemos poner el acento. De no ser así, nuestra evaluación se convertirá en una barrera segregadora difícil de sobrepasar.

Siempre recuerdo unas palabras de Nacho Calderón, (de un libro suyo Reconocer la diversidad. Textos breves e imágenes para transformar miradas), que nos invitan a realizar un viaje que supere la indiferencia y que permita el cambio. () Porque la quietud, duele. Y porque, al alterar el orden, también surgen nuevas esperanzas».